"Tal vez este mundo es el infierno de otro planeta" Aldous Huxley (1894-1963)
James Howard salió de su residencia a la afueras de la ciudad en una lujosa limusina color negro con rumbo a su oficina en Human Life Corp; con él viajaba su asistente Clara quien le daba las noticias más importantes del día en un resumen que había estado practicando antes de salir.
-...son las cifras actuales señor.
James parecía no prestar mucha atención mientras miraba por la ventana el trayecto por la ciudad.
-De acuerdo, está bien.
A través de la ventana el paisaje le recordaba toda su vida, aquellas personas caminando, los negocios locales abriendo, la ciudad en movimiento. James era un hombre orgulloso que había tenido todo en la vida excepto lo que quería -o lo que él pensaba querer-, y con el tiempo su ambición fue tal que llegó al extremo de querer controlar la vida humana.
-No soy el primero ni seré el último.- pensó-
A sus casi 60 años se imaginaba como si tuviera 20 menos, era un hombre alto con brazos largos lo que le daba un aspecto de Frankenstein cuando caminaba, el cabello gris peinado a un lado sobre su rostro serio de hombre decidido a obtener lo que quiere le daba un aspecto un poco de ex-presidente retirado, excepto que él apenas comenzaba su juego.
-Después de todo ¿qué sigue ahora? si ya lo tuvieras todo, ¿qué más pedirías? - su tren de pensamientos viajaba tan rápido como su lujosa limusina quemaba combustible-
'James Francis Howard el hombre del futuro... ' -pensaba- en realidad odiaba el nombre 'Francis' y jamás lo usaba, de hecho eran muy pocas las personas -como Clara-que sabían de ese segundo nombre que sólo aparecía en contados documentos oficiales.
Recordaba como todo había iniciado muchos años atrás cuando en conjunto con una prestigiosa compañía de laboratorios había logrado lo que nunca antes: crear a un ser humano al antojo, 'es casi como armar tu propia pizza' -se decía siempre- y esa expresión le causaba gracia aunque no sabía por qué.
Esa hazaña le valió el crecimiento exponencial de su fortuna. James decidió que sus hijos marcaran el inicio de una época,-' la fundación de su imperio ' siempre pensaba-, fundación que coronó con sus dos hermosas hijas genéticamente modificadas, que eran simplemente la perfección representada en un ser humano.
Aunque hasta entonces nadie lo sabía, pronto James Howard revelaría su secreto al mundo y todos tendrían que postrarse ante él.
Son las 10:23 y sigo en la estación de trenes esperando a Anthony como acordamos, hoy conoceré a quien nos ayudará a llevar a cabo el plan, o al menos eso me han hecho creer hasta este punto . Empiezo a desesperarme porque Anthony no llega y cuando lo haga estoy seguro que no tendrá una buena excusa.
Vagabundeo un poco por los pasillos de la estación y noto como los anuncios publicitarios son cada vez más grandes y llamativos aunque a la vez más decadentes en cuanto a contenido. La forma en cómo venden miedo a la sociedad es formidable.
10:36, el tren por fin llega, al abrirse las puertas veo a Anthony con su acompañante, una mujer de veintitantos con el cabello negro y una encantadora sonrisa. Me retracto por lo de la excusa. Por un momento me quedé sin saber qué hacer, seguía mirando el cabello de la chica mientras una parte de mí me decía que tenía que estar pensando en otra cosa.
Todavía no acababa de procesar la información para obtener una respuesta cuando Anthony dejó a su misteriosa acompañante y salió del vagón antes de que las puertas se cerraran nuevamente.
-Que gusto verte de nuevo viejo.
-Ya, ¿qué hay?, ¿quién era ella?
-Ah, ¿era linda no? -dijo a tiempo que hacia un ademán con las manos y parecía divertirse mucho al hacerlo-
-Vaya que lo era, nunca cambias...
- Supongo que no ,-dijo calmándose un poco- la verdad solo necesitaba un poco de compañía, la vi abordar el tren un par de estaciones atrás y creo que puedes intuir el resto.
-Ya veo.
Me dijo el resto de la historia mientras caminábamos fuera de la estación rumbo a una cafetería a unas calles de ahí, supuse que era el punto de encuentro antes de que lo mencionara. Anthony siempre había sido un mujeriego de primera, esperaba que eso no interfiriera en lo que íbamos a hacer.
Llegamos a nuestro destino y al entrar sólo había unas cuantas personas, un tipo gordo con una laptop que parecía quejarse de la conexión a Internet, una pareja de ancianos ocupados con los sobres de suplementos de azúcar y sentada sola hasta el fondo una mujer que miraba impaciente su reloj mientras revolvía ansiosamente su bebida con un popote.
El lugar parecía sacado de un blog de Internet, las dos plantas estaban llenas de malas copias de pinturas famosas un Renoir aquí, un Monet allá y al fondo a pie de la escalera un retrato de Marie Antoinette reina de Francia que parecía hacer juego con las extrañas sillas de madera más altas de lo normal y las mesas color azul marino. Pedimos una mesita en un pequeño balcón de arriba que tenía vista a la calle -de verdad que nunca entenderé estas cafeterías modernas-
Mientras esperamos pedimos un par de cappuccinos -el mío sin azúcar- y un poco de pan. Conversamos de todo lo que había pasado esos últimos años hasta que Anthony dijo:
-Está por llegar.
-¿Cómo sabes?
-Son casi las 11:30 y ese tipo se toma muy enserio la puntualidad.
-¿Inglés?, inquirí.
Ambos soltamos una carcajada y alcance a vislumbrar una silueta que subía las escaleras y se dirigía hacia nosotros.
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